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CAIGUA SONVE

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DANZA TRADICIONAL

miércoles, 24 de abril de 2013

SOBRE EL CONCEPTO DE FOLKLORE

SOBRE EL CONCEPTO DE FOLKLORE
Juan José Prat Ferrer Universidad SEK
jprat@sekmail.com
Resumen
El propósito de este artículo es analizar los conceptos básicos que han servido
para definir el folklore a través del desarrollo de la folklorística y mostrar cómo las definiciones
se han ido adaptando a las nuevas circunstancias epistemológicas o metodológicas
y cómo reflejan ideologías diferentes, al introducir nuevos conceptos y eliminar otros
considerados anticuados.
Palabras clave: Folklore, Folklorística, Patrimonio, Tradición, Anonimato, Variantes,
Oralidad, Identidad.
Summary


Varios términos se han venido usando para referirse a un conjunto de
materiales relacionados con el estudio de lo popular o lo folklórico; son palabras
que reflejan los puntos de vista o los conceptos de las épocas en que surgieron,
y las ideologías que adoptaban los investigadores: tradiciones populares,
manifestaciones de la cultura popular, artesanía, literatura oral, patrimonio cultural o cultura
tradicional. Antes de que el término anglosajón folk-lore1 se generalizara, se
usaba la expresión latina antiquitates vulgares “antigüedades populares” o popular
antiquities, y el estudio se centraba en las “supervivencias” o “reliquias” del
pasado. En Alemania se creó el término Volkskunde, que los hermanos Jacob y
Wilhelm Grimm introdujeron en 1818 y que sigue vigente hoy día en los países
de habla alemana, junto con el término folklore; también se ha usado
Volklehre, de significado análogo al de folklore. En otros idiomas se han usado
términos como folkminne (en Suecia), lok sahitya (en la India)2, o incluso orature (en la África francesa), por dar solo algunos ejemplos. Ninguno de estos términos
significa exactamente lo mismo y cada uno de ellos refleja concepciones
semánticas y metodológicas diferentes a las del vocablo inglés folklore (inicialmente
escrito folk-lore), con las que compitieron, y aun hoy día, si bien en
mucha menor medida, compiten; pero fue esta palabra anglosajona la que terminó
por imponerse en todo el mundo. Quizá la expresión que más ha perdurado
en el ámbito ibérico es la de “tradiciones populares”, expresión que se ha
empleado también en francés y en italiano.
Uno de los problemas que ha presentado la palabra folklore es que ha
servido para referirse tanto al material de estudio como a la disciplina en sí. En
1884 se suscitó en la Folklore Society de Londres una discusión sobre el sentido
y alcance del término inglés folklore. A pesar de que esta palabra comenzaba
a ser usada en ámbitos internacionales, no dejaba de presentar dificultades.
En diversos países se propusieron otros nombres para no tener que usar un
anglicismo, pero ninguno llegó a arraigar; en la Península Ibérica se crearon
varias formas de nombrar lo mismo: hominología, que viene a ser lo mismo que
antropología; demosofía, nombre propuesto por el filólogo medievalista Julio

2 Para el concepto de folklore en la India y Pakistán, véase PANDE, T. (1963).
3 Siguiendo el uso que se ha impuesto en Hispanoamérica, especialmente en Argentina, uso el término “folklorólogo”
para designar al que estudia el folklore, dejando el de “folklorista” para el individuo (profesional o
aficionado) que lo cultiva.
Cejador (1864-1927); demótica, como proponía Miguel de Unamuno en 1896,
siguiendo al filólogo portugués Teófilo Braga (1843-1924), que había encontrado
apoyo en el folklorólogo3 sevillano Alejandro Guichot y Sierra; Antonio Machado
y Álvarez, el pionero de los estudios folklorísticos en España, propuso asimismo
los términos demopsicología y demobiografía4. En Francia y en Italia se usó durante
algún tiempo demología. En Argentina, Ismael Moya propuso el término trademología,
con el que quería significar la “ciencia de las tradiciones populares”5. Ninguno
de estos términos, sin embargo, llegó a reemplazar al de folklore, aceptado internacionalmente.
Pese a que no se llegó a ninguna solución satisfactoria en cuanto a
la bisemia de la palabra folklore, algunos investigadores intentaron separar los dos
conceptos (material de estudio y disciplina) de una manera u otra; unos los diferenciaron
por medio de la mayúscula (el nombre propio serviría para designar la
disciplina, y el común para el material de estudio); los anglosajones tendieron a
usar la expresion Folklore Studies para la disciplina. El filólogo y folklorólogo
Reinhold Köhler (1830-1892), que en 1887 escribió la definición del término folklore
para el suplemento de la décimo tercera edición de Brockhaus’ Conversations-
Lexikon, ya indicaba en esta entrada que el término Folkloristik empezaba a tener
gradualmente cierta aceptación internacional. Se evitaba así la confusión entre dos
acepciones: “lo que la gente sabe” y “conocimiento sobre la gente”6. A partir de
la década de los setenta se empieza a generalizar en los ámbitos universitarios estadounidenses
el término folkloristics para designar la disciplina, y hacia los años
noventa del pasado siglo ya se había aceptado este uso en varias áreas del resto del
mundo, desde Estonia hasta la India. En este estudio y siguiendo la misma línea,
distinguiré dos ámbitos de significado: el material de estudio, el folklore, y la disciplina
que estudia este material, la folklorística7.
Otra de las cuestiones que se han suscitado entre los estudiosos de estas
materias es el ámbito que abarca este tipo de estudios. Muchos eruditos han divido
el estudio de las manifestaciones culturales en dos grandes áreas, la espiritual
y la material, y han asignado a la folklorística el estudio de los fenómenos de
 Siguiendo el uso que se ha impuesto en Hispanoamérica, especialmente en Argentina, uso el término “folklorólogo”para designar al que estudia el folklore, dejando el de “folklorista” para el individuo (profesional o
aficionado) que lo cultiva.
 Para más información, véase LEGROS, E. (1962).
índole espiritual –los mentifactos–, dejando para la etnología las manifestaciones
materiales –los artefactos. Pero esta división no fue aceptada por muchos otros;
hoy día en Estados Unidos la disciplina abarca los dos ámbitos, que se designan
con términos estrechamente relacionados: folklore y folklife. En la América
Hispánica se ha considerado que la etnografía es el estudio del patrimonio cultural
(espiritual, social y material) de las sociedades indígenas, mientras que la folklorística
debe ocuparse de la población criolla, “especialmente la de los campos
y de los pueblos que viven a espaldas del cosmopolitismo actual”8. Según esta
visión, el ámbito de estudio se centra más en la idea de folk (la gente que se estudia)
que en la de lore (su patrimonio cultural). Los anglosajones del norte, sobre
todo los que procedían de una formación antropológica, no tuvieron ningún
problema en considerar folk a los indígenas norteamericanos y centrar en ellos su
estudio. No obstante, para complicar un poco más las cosas, muchos investigadores
europeos han estimado que el folklore es la producción cultural nacional,
mientras que el estudio de las culturas de los otros pueblos es materia de estudio
de la antropología o de la etnología, con lo cual el punto de vista ahora se centra,
sorprendentemente, en la nacionalidad del investigador.
A pesar de los constantes cambios ideológicos por los que ha pasado
la cultura occidental y con ella el estudio de eso que hoy día se llama el patrimonio
intangible, existen varias concepciones que han estado presentes en el
desarrollo de la folklorística: La concepción del pueblo como depositario de las
tradiciones que constituyen el alma de una nación es quizá la más importante;
le sigue la idea de que el material folklórico, a pesar de haber sobrevivido
muchos siglos, está a punto de perderse. Otra constante es la obsesión por
encontrar el origen y a partir de ahí, reconstruir el desarrollo de los hechos culturales.
El degeneracionismo, que implica una progresiva decadencia de la humanidad
a partir de una Edad de Oro ha convivido con su opuesto, el evolucionismo
o la idea de que el paraíso está en un futuro hacia el que la humanidad
progresa; en ambas concepciones se da la división de la historia humana por
edades o etapas. Producto del pensamiento degeneracionista es la creencia en
formas originales que se consideran más perfectas; también lo es la validación
del presente por el pasado, que lleva a indagar sobre el material procedente de
una etapa cultural de la que la comunidad que rodea al investigador se enorgullece
de descender; a veces lo que se encuentra es percibido como vestigios,

supervivencias o ecos lejanos de etapas anteriores. Todo ello ha servido para
satisfacer el deseo de identidad cultural y comunitaria. Junto con esta idea, se
da la dicotomía etnocéntrica entre la idea de nosotros y la de los otros, que
muchas veces queda equilibrada por la idea de la unidad psíquica del ser humano,
siempre discutida y nunca probada y por la vocación internacionalista de
este tipo de estudios. Además, existen tres tipos de tensiones entre modos
opuestos de percibir la realidad de los estudios folklorísticos: una concepción
de la cultura mecanicista y otra orgánica; una tensión entre la composición
individual y la comunitaria que se ha resuelto a favor del individualismo de la
creación y el comunalismo de la tradición, y una tensión no resuelta, pero hoy
día abandonada entre monogenismo y difusión.
Una de las características de la folklorística es el constante cuestionamiento
de las premisas en que se basan las teorías que se desarrollan, lo que da
lugar a que exista una también constante redefinición de lo que es el folklore,
y cada nueva definición, tanto de la folklorística como del folklore ha causado
polémica. Si por un lado esta obsesión por definir una disciplina puede dar la
impresión de caos, por otro, esta incesante labor ha sido muy fructífera, ya que
la revisión de las presuposiciones ha permitido que la disciplina no se anquilosara.
Barre Toelken ha escrito al respecto:
Es obvio que la folklorística no es un campo de estudio estático. No
solo sus acercamientos y métodos están sujetos a cambios a medida
que afinamos nuestras percepciones (como ocurre en cualquier búsqueda
activa), sino que el contenido de la materia se expande según
nuestros estudios muestran que existen nuevas relaciones y formas [...]
La multiplicidad de expresiones tradicionales y la diversidad de acercamientos
críticos la convierten en un interesantísimo campo de estudio9.
Las definiciones que se han dado al término folklore han sido abundantes
y variadas. Respecto a este interés por redefinir el objeto de estudio de esta
disciplina, el profesor de antropología y estudios asiáticos Peter Claus ha señalado
que el constante debate sobre la definición de folklore y folklorística es un
ejemplo de la tendencia de definir las cosas mediante la oposición binaria. No
es que el folklore haya cambiado y requiera una nueva definición, lo que cambia
es la actividad erudita de los folklorólogos, que se opone a otro tipo de acti-
Las traducciones al español de todos los textos en lengua extranjera son mías.vidad intelectual; así se ha opuesto la folklorística al estudio de los clásicos, lo
urbano o lo literario; así también se opusieron escuelas, como la literaria estadounidense,
con énfasis en la tradición propia, a la antropológica, que estudiaba
la producción verbal ajena (la indígena); la antropología cultural estadounidense,
difusionista, se opuso a la antropología social inglesa, de ideas evolucionistas
que se reemplazaron tras la Primera Guerra Mundial por el funcionalismo
durkheimiano. Luego llegó el abandono de lo rural por lo urbano o la oposición
entre estudios centrados en el texto y estudios centrados en la actuación10.
Una mirada rápida a algunas de las definiciones más significativas nos
servirá para comprender el desarrollo del pensamiento erudito cuando se aplica
a un ámbito que no se rige por las leyes de la cultura institucionalizada. El
profesor de estudios bíblicos y medievales y folklorólogo dedicado a la onomástica,
Francis Lee Utley, que intentó integrar los estudios folklóricos estadounidenses
dentro de una perspectiva internacional, encontró que de las veintiuna
definiciones de folklore que aparecen en el Standard Dictionary of Folklore,
Mythology and Legend11 (1949) de Maria Leach y Jerome Fried, las palabras “oral”,
“transmisión”, “tradición”, “supervivencias” y “comunal” aparecían en más de
la mitad, y que otro tanto ocurría con la afirmación de que “el folklore incluye
material de culturas primitivas y subculturas que sobreviven en sociedades civilizadas”.
Encontró además que dieciocho de las definiciones de este diccionario
incluían la “literatura”; doce, las creencias (y cuatro las excluían); cinco, la
artesanía (y cuatro la excluían), y tres, el lenguaje. Algunos de los autores definían
el folklore como producto verbal y asumían que el estudio de las creencias
y de la artesanía pertenece a la etnografía12. Benjamin Botkin, por su parte,
declaraba que “en una cultura puramente oral todo es folklore”13. Ocho de los
estudiosos creían que la esencia de la disciplina descansa en la metodología más
que en el contenido, mientras que uno, el estadounidense de ascendencia lituana
Jonas Balys, intentó separar la disciplina de su materia de estudio:
El folklore comprende las creaciones tradicionales de la gente, primitiva
y civilizada. Estas se logran por medio de los sonidos y palabras en

forma métrica e incluyen también creencias folklóricas o supersticiones,
costumbres y actuaciones, danzas y productos dramáticos.
Además, el folklore no es una ciencia sobre la gente sino la ciencia tradicional
de la gente y su poesía14.
Algunas definiciones mantenían la identificación del folklore con una
pseudo-ciencia popular, producto de comunidades “primitivas”, salvajes” o “atrasadas”;
así, por ejemplo, John L. Mish (1909- ), que fue el primer profesor de
chino y japonés en la universidad de Varsovia, definió el folklore como “todo el
cuerpo de creencias populares, costumbres y tradiciones antiguas que han sobrevivido
entre los elementos menos educados de las sociedades civilizadas hasta
hoy”15. Solo tres de las definiciones se ocupaban de la relación del folklore con los
medios de comunicación; el único que incluía sus productos dentro de la disciplina
era Botkin, mientras que Barbeau los excluía explícitamente. Si a esto se añade
el punto de vista europeo de que la artesanía y las costumbres quedan incluidas,
pero la producción de los pueblos aborígenes se excluye (pues pertenece a la etnografía),
totalmente contraria a la visión estadounidense, que excluye la artesanía y
solo en los últimos años la ha incluido junto con las costumbres bajo la etiqueta
de folklife, se podrá ver que a mediados del siglo XX los estudiosos aún no se ponían
de acuerdo sobre la definición. Pero esto no es de extrañar; las ciencias humanas
se solapan y son interdependientes; definir los límites de cada una de ellas es
siempre tarea ardua16.
Veamos otras consideraciones de interés. Muchas definiciones apuntan,
de una manera o de otra, a una idea central en el folklore: la tradicionalidad, que
ha sido uno de los atributos que con más fuerza se han mantenido en el concepto
de folklore. La folkloróloga y etnomusicóloga canadiense Edith Fowke (1927-
1999), profesora de la Universidad de York en Toronto que dedicó su vida al estudio
de la producción de los que ella llamaba ordinary people, en su obra Folklore of
Canada17 (1976) definió el folklore como el “material que se transmite por tradi-
 En 1955 el folklorólogo portugués Jorge Dias (1907-1973) estudió las definiciones de folklore y encontróque se podían clasificar de acuerdo a cuatro criterios: cultural o filológico, que se centra en la tradición oral;
sociológico, que incluye la folk-life; socio-psicológico, que considera folk al ser humano en cuanto transmisor de
cultura; y etnológico, que abandona todo criterio etnocéntrico. DIAS, A. J. (2005), pp. 30-34.
17 Folklore de Canadá; FOWKE, E. (1976). Escribió también Canadian Folklore (Folklore canadiense); FOWKE,
E. (1988).
ción, bien sea por medio de la palabra hablada o por costumbre y práctica”18.
Roger D. Abrahams, de la Universidad de Texas, opina que el folklore está constituido
por las expresiones y puesta en práctica de conocimientos tradicionales
que se dan en una comunidad; el conocimiento tradicional proporciona soluciones
heredadas para situaciones recurrentes en los grupos. Para él, el folklore no se
compone de estructuras abstractas, sino que es un conjunto de formas y de actos
concretos. “Folklore” es, pues, un término colectivo para el material, para las
características que lo componen y para el uso que se hace de él en una comunidad,
y todo ello puede ser descrito y analizado19. Afinando un poco más, Jay
Mechling ha definido el folklore como “la comunicación expresiva ejecutada dentro
de y para una comunidad con la que un individuo comparte experiencias que
forman la base para la creación de significado”20. Por su parte, la artista y estudiosa
del arte folklórico, Mamie Harmon (1906- ), definía el folklore no de acuerdo
a su contenido ni al tipo de gente que participa en esta cultura, sino según la foma
en que se adquiere, se usa y se transmite; para Harmon, “cada grupo, y cada
miembro de él, es un conjunto de elementos, unos que son folk y otros que no lo
son, es la proporción lo que varía”21. Así pues, el folklore puede surgir en cualquier
tema, cualquier grupo o individuo, cualquier tiempo o cualquier lugar; además
haciendo una distinción, muy típica de la lingüística aplicada al aprendizaje de las
lenguas, el folklore no se aprende, se adquiere o absorbe22.
El concepto de folklore que hemos heredado de los investigadores del
siglo XIX y principios del XX es que debe ser tradicional, irracional, rural, anónimo
y comunal. Estos atributos delimitadores, junto con los de la oralidad se
consolidaron formando la idea de folklore y delimitando sus fronteras conceptuales23,
pero a la vez constriñeron a los estudiosos, que dejaron sin estudiar (por
considerarlo irrelevante) todo el material que no poseía estas características,
como los chistes o los rumores, de modo que este material no se llegó a catalogar
dentro de ninguno de los géneros aceptados como folklóricos, pues no era
percibido como objeto de interés o no se consideraba válido. Hoy día, la disciplina
ha cambiado notablemente de orientación tras haber cuestionado estos atri-

butos. Ha quedado demostrado que el folklore no es patrimonio exclusivo de los
campesinos ni de los primitivos; incluso en los grupos más elitistas, las tradiciones
activas se comunican, no por medio de una instrucción formal, sino como
unidades de significado que se intercambian continuamente entre los componentes
del grupo, de tal manera que se puede reconocer un conjunto de premisas,
fórmulas y estilos que cada individuo usa en su expresión o actuación cultural de
acuerdo con el grupo. El folklore, pues, existe en todos los niveles sociales. Los
folklorólogos actuales están también cada vez más de acuerdo en que existe un
folklore urbano. De todas maneras, el adjetivo “rural” es muy difícil de definir,
basta con preguntarse cuántos habitantes debe tener una población para que sea
considerada rural o urbana para constatar este hecho.
La folklorística contemporánea ha ampliado el concepto de folk para incluir
lo urbano, definiéndolo como “la gente que pertenece a un grupo”; este grupo
puede ser una comunidad o una familia, o unos amigos. La idea de comunidad con
el significado de pueblo o sociedad, válida en algunos casos, debe cuestionarse al
considerar una definición de folk; la fragmentación social y cultural, sobre todo en
el entorno urbano, está destruyendo conceptos comunitarios tales como el de
barrio, por ejemplo; incluso las comunidades de vecinos se componen hoy día en
muchos casos de individuos extraños entre sí. Hoy día los grupos son menos duraderos
y se conforman de manera diferente a lo que era tradicional en las sociedades
occidentales u occidentalizadas. Por ejemplo, el entorno de las ocupaciones, que,
según Jansen, servía para demarcar los grupos, debe ser examinado desde otra pespectiva.
Lee Komito, de la University College de Dublín nos advierte que
En el entorno laboral post-industrial, los empleados se mueven de una
compañía a otra y de un trabajo a otro, dejando atrás amigos y compañeros.
Según crecen las organizaciones, los individuos de esas organizaciones
se especializan cada vez más en sus tareas, tienen menos en
común con sus colegas en la misma oficina. Colaboran con otros en
trabajos especializados semejantes que trabajan en otros lugares y con
quien tienen poco contacto cara a cara. Según las organizaciones se
hacen “virtuales” y el trabajo se dispersa y procede de varias fuentes,
existe un menor sentido de valores o experiencias que unen a los
miembros de una organización, y mucho menos un compromiso hacia
esa organización24.

Respecto a la producción, el criterio también se ha ampliado; no se
estudian solo las supervivencias, sino también la producción continua, e incluso
la nueva. Hoy día se habla más de experiencias, de hechos culturales o de
materiales. Las dos características principales que solían definir lo folklórico, a
lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, ruralidad e irracionalidad, deben,
pues, rechazarse de plano.
Veamos otras características. De acuerdo con Brunvand, los folklorólogos
del siglo XX, por regla general, han considerado que el verdadero material
folklórico posee cinco cualidades: tradicionalidad, anonimato, variabilidad,
oralidad y estereotipia25. A estas características habría que añadir otras dos,
también señaladas por folklorólogos posteriores: funcionalidad y ubicabilidad26.
A pesar de que muchos han supuesto que para que un material sea considerado
tradicional tiene que haber sido usado por varias generaciones, tradicional
no necesariamente significa antiguo, sino solo que el material se ha
transmitido y ha sido aceptado por una comunidad27. Las tradiciones son parte
integral de toda cultura, pues si los comportamientos y las producciones no se
transmitieran, no existiría la cultura. Podemos también afirmar que todo folklore
es tradicional, pero no todo lo tradicional es folklore, ya que existen tradiciones
cultísimas o elitistas, que desde luego no pertenecen de lleno al ámbito
de lo folklórico; piénsese por ejemplo en la tradición académica de un acto
de inauguración de curso en una universidad, o en los protocolos militares o el
que sigue la aristocracia en sus cenas.
La transmisión folklórica está regida por dos fuerzas: la de conservación
y la de variación; entre ambas siempre existe una tensión que permite que
el material se conserve, incluso durante siglos, y que a la vez se renueve, actualizándose
según lo requieran las circunstancias, o por el contrario, que se pierda.
Así pues, si atendemos a la vida de un hecho o material folklórico dentro
de la tradición, debemos tener en cuenta que este puede estar en una de estas
fases: inicial, en vías de incorporación a la cultura compartida; de transmisión,
recreación y expansión; en vías de olvido o de descomposición, y de resurgimiento
en un nuevo entorno.
 En la filología hispánica se suele distinguir, sobre todo en los estudios sobre el romancero, entre el material
tradicional y el popular, según un criterio de mayor o menor antigüedad de los textos.
Aunque se estipula que la transmisión folklórica no está regulada por
ninguna institución ni medio formal de aprendizaje, como libros, grabaciones,
clases, homilías o discursos, ni por medios comerciales, sofisticados o cultos,
siempre existen influencias que afectan lo folklórico, ya que el folklore no ocurre
en el vacío. Los patrones, formas y reglas de construcción o de recreación
suelen ser tradicionales, mientras que el material creado puede ser total o parcialmente
nuevo y no una mera repetición. Lo importante de la tradición quizá
no esté en lo que se refiere al producto en sí, sino a su creación y elaboración.
La tradición folklórica no solo consiste en un conjunto de materiales que conforman
el acervo común, sino más bien en las reglas que se deben seguir para
crear, repetir, adaptar o modificar un material. Lo folklórico es, pues, lo aprendido
de los demás de forma no reglada y recreado según las costumbres de un
grupo o comunidad. Por otra parte, siempre se debe tener en cuenta que lo tradicional
existe en cualquier nivel social y puede ser institucionalizado. Según
informa Barbro Klein, “los folklorólogos durante mucho tiempo consideraron
la tradición como un almacén de temas, estructuras y formas de conocimiento
establecidos, más o menos ampliamente distribuidos por el mundo y a la
misma vez, adaptados a las diversas culturas”28.
Roger D. Abrahams ha descrito un cambio de orientación intelectual
en la folklorística no muy diferente del que ha ocurrido en otras disciplinas afines,
que han ido de un estudio de lo estático basado en el análisis de textos a
un estudio dinámico basado en la observación de cómo emergen estos textos:
Mientras que antes nos preocupábamos principalmente por encontrar
aspectos de lore como patrones de difusión y procesos de transmisión
oral, ahora nos concentramos cada vez más en las dimensiones infraestructurales
de las actuaciones, en relación a cómo los elementos de una
actuación se combinan, y a qué conocimiento y relaciones se obtienen
en las interacciones estéticas. Así pues, nuestras preocupaciones y nuestros
métodos se hacen cada vez más sincrónicos y en consecuencia
menos diacrónicos29.
Esta orientación cada vez más sincrónica hace que el concepto de tradición
se interprete de manera diferente a lo que se venía haciendo. En un estu-

dio sincrónico, la tradición solo puede consistir en los sistemas de interacción,
las reglas y los valores compartidos que entran en juego en cada actuación, y
las presuposiciones y las expectativas que traen consigo sus depositarios, activos
y pasivos. Tradición es, pues, la estructura cultural cuyos elementos ya
están dados, estructura que opera en un momento específico, el de la actuación.
De acuerdo con Linda Dégh, el término “tradición” tiene dos significados,
el de cultura que se transmite y el de proceso de transmisión cultural. Es
también de la opinión de que la idea de “material que se transmite de generación
en generación” tiene cada vez menos validez, porque hoy día no es necesario
hacer un traspaso que podríamos llamar vertical (diacrónico), y se da cada
vez más la transmisión horizontal (sincrónica), gracias a los medios de comunicación
actuales, que permiten que un relato se expanda con gran rapidez:
La contracultura pluralista que muestra dimensiones sorprendentes de
elementos legendarios sobrenaturales, a menudo en forma de memoratas,
no se extiende de padres a hijos, sino de colegio en colegio, o pensando
en los que abandonan la escuela, de esquina en esquina, y no en
el ámbito de generaciones, sino de horas. El surgimiento y difusión de
la tradición es casi simultáneo30.
La idea de tradicionalidad del folklore hace que no importe quién sea
el autor del material, y mucho menos su nombre; el hecho de que este se transmite
de un individuo a otro en una larga cadena, con los cambios y recreaciones
que toda transmisión no regulada implica, difumina aún más al autor, hasta
el punto de que por lo general se desconoce el nombre o la persona que ha creado
el material original. El hecho es que una vez que un hecho o un material
es aceptado, este queda sujeto a las leyes de transmisión y transformación –en
el folklore no existe concepto de originalidad ni de plagio–; por consiguiente,
el creador de la primera versión tiene muy poca importancia. Históricamente,
los autores del material folklórico no han demostrado interés en la idea de propiedad
intelectual. A veces se conocía el autor de algún material, pero aún así
el concepto de autoría no ha tenido mayor importancia en el estudio del folklore.
La creación individual acaba haciéndose comunal con la manipulación y
recreación comunitaria, y por tanto lo más normal es que se desconozca o no

interese saber quién es el autor o creador del material folcórico, sobre todo si
ha pasado de generación en generación o si corre en boca de la gente31. Puesto
que toda creación está sujeta a patrones y reglas tradicionales dentro de los que
se debe actuar, la originalidad de un material es siempre relativa, incluso en una
creación nueva. También puede suceder que el nombre del autor se convierta
en proverbial, como ha ocurrido en el caso de Quevedo para los chistes, o en
el de Salomón para ciertas coplas sapienciales, y entonces se le atribuyen creaciones
que no son suyas. El supuesto autor se convierte en un personaje, y
como tal en parte del material folklórico. Otras veces sucede que las acciones
o los dichos atribuidos a un personaje en una época se le atribuyan a otra persona
al pasar el tiempo y cambiar las circunstancias, como sucede con ciertos
chistes sobre políticos.
El anonimato es, pues, otra de las características que se han considerado
para que un hecho sea aceptado como folklórico. Esto hace que no haya
espacio, en la concepción de lo folklórico, para la producción de obras de autor
conocido. Ocurre así que, al carecer de autor, la responsabilidad de la autoría
del material ha pasado, en la mente de los estudiosos, a toda la comunidad, que,
como autora, es su propietaria. A este respecto surge una cuestión legal interesante:
el material folklórico ¿es de dominio común?; ¿debe restringirse al producto
original el derecho a la propiedad intelectual?; ¿serán el desarrollo, o las
recreaciones de dominio común?; o, como ha sucedido más de una vez, ¿pertenece
la autoría al primero que registra este material como suyo?
Se ha repetido que el material folklórico pertenece al acervo común,
que es propiedad de todos. El etnomusicólogo de la Universidad de California
en Los Ángeles, Charles Seeger, trató el tema de la propiedad intelectual o copyright.
Dado que hay material que puede dar dinero, como sucede con las canciones
folklóricas, se han dado casos de material de este tipo inscrito en el
depósito. Seeger mantiene que este material pertenece al dominio público, y
que si alguien compone una canción y la presenta como folklórica, da por
hecho que pertenece al dominio público y, por tanto, comete un fraude al pretender
ejercer derechos de autor, y añade que “lo que necesitamos es una ley
que penalice la intención deliberada de intentar reclamar derechos de autor en
algo que se sabe que es del dominio público”32. Las leyes que se aplican al plagio no pueden aplicarse al material folklórico, que es, por definición, un continuo
plagio. Hoy día se considera falta de ética recoger material, publicarlo de
una forma u otra sin señalar quiénes son sus informantes, como también quedarse
con toda la ganancia, sin dar aunque sea una mínima parte a sus informantes.
Desde otra perspectiva, y quizá debido al expolio que ciertas comunidades
han venido sufriendo de su producción folklórica y artesanal por parte
de individuos e instituciones de los países del Primer Mundo, se está dando un
movimiento interesante, sobre todo en los países del Tercer Mundo: el de la
defensa de la propiedad intelectual comunitaria.
No obstante todo esto, si nos atenemos a la definición de anónimo
como “de autor desconocido”, no podemos considerar esta una característica
inherente al folklore. Sabemos que todo lo creado ha tenido al menos un creador;
el que se conozca o no su nombre es irrelevante en cuanto a la naturaleza
del material. Una pieza de cualquier género no deja de ser folklórica porque
en un momento dado se descubra el nombre de su autor.
Los estudiosos de la folklorística creyeron por mucho tiempo que cierto
material folklórico, como las adivinanzas y los refranes, tenían una forma fija
y consagrada, y que su uso no se basaba más que en repeticiones. Por eso,
mucho material que se transformaba con el uso se consideraba resultado de un
proceso de descomposición, y el depositario de buena memoria que repetía sus
textos “al pie de la letra” era considerado el ideal. Pero hoy día se piensa que,
como parte de la cultura y como sistema de actos comunicativos, el folklore es
algo vivo; no solo se aprende lo que se memoriza, sino que también se aprende
a usar este material de determinada manera y en determinadas situaciones o
circunstancias. Este uso puede ser en ocasiones muy creativo; se puede incluso
afirmar que la mera repetición mecánica de fórmulas o de textos puede ser
resultado de una incompetencia creativa, ya que todo nuevo mensaje o toda
actuación folklórica son actos de creación o de recreación del material que está
a disposición de todo miembro de la comunidad. No obstante, el sistema
aprendido, a pesar de permitir o incluso exigir la creatividad, no puede ser
manipulado de cualquier forma; existe un patrón tradicional que impone ciertas
reglas y límites a la creatividad, y si se actúa fuera de estos límites, el producto
por lo general no es reconocido como parte del acervo común, no cumple
su función o no es comprendido por los miembros de la comunidad y, en
consecuencia, no es aceptado como propio.
Como consecuencia, un hecho fundamental es que la producción fol-
klórica siempre vive en variantes o versiones diferentes, que pueden surgir por
adaptación a nuevas necesidades, debido a la creatividad que impone la actuación,
a improvisaciones, o al olvido. Las sustituciones (de personajes, de objetos,
de situaciones) son frecuentes, como lo son también las amplificaciones y
reducciones. El proceso de renovación que producen las variantes puede ser
más o menos rápido o lento, según el carácter de la comunidad; puede suceder
que a la vez que se generan nuevas versiones, las anteriores se olviden o disminuyan
significativamente, o, lo que es más general, que queden rastros más o
menos notables de la versión anterior en las nuevas; también puede ocurrir que
las nuevas versiones no logren sustituir a las más antiguas y que convivan
durante cierto tiempo en la tradición, o que las versiones antiguas se renueven
al tomar prestado elementos de la nueva producción. Así pues, se puede decir
que no existe, por ejemplo, un cuento, sino versiones de este cuento, y que cada
una de ellas (incluso la original si alguna vez se llegara a conocer) es una manifestación
reconocible del mismo cuento.
A pesar de que la cultura de masas y la globalización tienden a hacer
cada vez más difusas las fronteras culturales, en cada lugar o en cada comunidad
se suelen dar una o más versiones de un hecho folklórico; estas versiones
ocupan una extensión espacial más o menos amplia, según su grado de aceptación
y la competencia que exista con otras versiones de localidades o regiones
vecinas o de las difundidas a través de los medios de comunicación. A
veces ocurre que una misma forma pervive en lugares distantes entre sí, producto
de la importación del producto, ya sea por emigración o debido a los
medios de comunicación. Por otra parte, los elementos que componen un
material, sea, por ejemplo, un relato o una canción, pueden aparecer en otro
material que pertenece a un género totalmente diferente, y de hecho así sucede.
El concepto de “castizo”, “puro”, “no contaminado” pertenece al mundo
de la producción culta e institucionalizada, no al folklore. Los préstamos son
muy abundantes; la gente se apropia de lo que le gusta o considera necesario y
lo transforma de acuerdo con sus patrones. La variabilidad, el hecho de existir
en variantes, sí es una cualidad inherente al folklore.
No obstante, cierta parte del material folklórico tiende a fijarse en formas
bastante fijas o estereotípicas: fórmulas, diseños, gestos, patrones, estructuras.
Es un material fácilmente reconocible dentro de la comunidad, y por tanto,
puede considerarse que no son folklóricas las piezas que no presenten las características
típicas que configuran este material. Este concepto de estereotipia
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OPPIDUM
convive con el de variabilidad. Un refrán, por ejemplo, no es tan fijo como se
pueda pensar, existen muchas variantes de refranes. Lo fijo no es el producto
final, sino la estructura y el estilo que presenta cualquier material; o en otras
palabras, la manera de hacer. Pero tampoco la estereotipia debe ser considerada
una cualidad exclusiva del folklore; las iglesias, los gobiernos, el mundo académico
o el jurídico también fijan su producción en formas estereotípicas.
Ha quedado demostrado que aunque gran parte del folklore vive en la
oralidad, existe un folklore escrito, y que el hecho de escribir un material folklórico
no necesariamente hace que su naturaleza cambie. Existen además hechos
folklóricos de naturaleza no verbal, como la música, los gestos o la artesanía; la
comunicación y el aprendizaje de ellos no son necesariamente verbales; la observación
atenta y más o menos repetida basta. Así que la oralidad no constituye un
elemento esencial del folklore verbal. Además, como afirma Barbro Klein, “paradójicamente,
los folklorólogos dicen que estudian formas comunicadas oralmente,
sin embargo, estas formas están disponibles a la investigación gracias a varios
medios, incluida la imprenta”33. En 1992 el folklorólogo Rudolf Schenda propuso
una definición práctica de folklore que tuviera en cuenta estas apreciaciones:
textos, formas de habla y fórmulas hablados o escritos o impresos, diseminados
temporal o espacialmente, que se encuentran en el uso cotidiano34.
El folklore sirve para algo; el concepto de arte por el arte no existe en
este tipo de cultura. Todo material folklórico cumple unos objetivos sociales,
educativos, de presión social, de evasión, de válvula de escape a la presión, de
cohesión de grupo, de afirmación de valores, o de entretenimiento, sin más. El
material que se pierde, el que cae en el olvido, es el que ya no tiene una función
en la comunidad, o el que se ha visto reemplazado por otro que cumple
mejor esta función. Por el contrario, si un material se mantiene vivo en la tradición
o vuelve a aparecer es porque cumple una función, por más que esta no
sea la original; lo mismo ocurre con el material nuevo que no tiene una vida
efímera. Si bien la funcionalidad del folklore es una característica inherente,
este criterio de poco sirve, pues basta con constatar su existencia para saber
que cumple una función; otra cosa sería descubrir cuál es esa función.
Siguiendo a Benjamin Botkin, se puede afirmar que cualquier grupo
humano con intereses comunes posee un corpus de tradiciones (o material cul-tural que se transmite) que sirven para compartir experiencias; estas tradiciones
están formadas por elementos de origen individual, popular, comercial o
incluso culto que se asimilan, retienen y aprenden dentro de un patrón o
estructura, y se mantienen en uso dentro del grupo gracias a la repetición, a la
recreación y a la variación; este patrón tiene como función la continuidad y
cohesión del grupo, que a su vez le sirve de contexto35.
El folklore se concibe en nuestros días como una forma cultural de
comunicación –o de transmisión del patrimonio cultural– que en parte es igual
a las demás en cuanto a la forma y a la manera de producirse y en parte difiere
de ellas. Es tradicional en cuanto a que se transmite, como todos los materiales
culturales, pero esta transmisión obedece a ciertas reglas comunitarias.
No es anónimo por definición, pues si todo material tiene autor, el que se
conozca su nombre o no es un hecho circunstancial que no cambia ni el material
ni la forma en que se produce. Es estereotípico, como otras formas culturales
no folklóricas, pero variable a la vez, y no existe una versión más válida
que las demás. Se transmite verbalmente, no necesariamente por vía oral, o se
aprende por observación y cumple una función dentro del grupo.
Si tuviera que aventurar, en este punto, una definición actualizada de
folklore, concebido como una forma de patrimonio intangible, podría decir
que es el conjunto de elementos, actos y procesos culturales expresivos que se
transmiten en variantes en los grupos humanos, según las reglas de creación,
transformación y transmisión propias de la comunidad a la que pertenecen, y
que forman parte de su identidad y patrimonio. Esta definición permite al estudioso
abrir el ámbito de su estudio a los mentifactos, constructos, paradigmas,
motivos, símbolos, estructuras y textos que constituyen el patrimonio, sin
importar si han sido o no objeto de estudio previo; diferencia el ámbito del folklore
del de la producción erudita y del de la cultura de masas sin distinguir los
medios de comunicación que se utilizan para la transmisión; finalmente, centra
la idea de folk en los miembros de una comunidad en cuanto que, como depositarios
activos, utilizan el patrimonio de acuerdo con las reglas y leyes que dicta
la comunidad, representada por su público, que ejerce una función controladora.
A mi parecer, es una definición que sin romper del todo con el pasado de
la folklorística, resume su presente y abre el camino hacia el futuro.